Hay una realidad cruel, dura y aniquiladora que da la vuelta al mundo: cada 43 segundos alguien se mata y un puñado de personas siente romperse por dentro mientras patean escombros de un derrumbe. Poco se habla de ese duelo que abraza a los que quedan acá. Son padres, hermanos, amigos, parejas que deben seguir con sus obligaciones diarias cuando las agujas del reloj se congelaron en la hora exacta en que les avisaron que nada sería lo mismo. Y en medio de esa pérdida enorme e insoportable, se ven obligados -muchas veces- a distanciarse de personas que no pueden comprender los síntomas del estrés postraumático ni respetar el tiempo que lleva aceptar una muerte repentina y violenta de alguien a quien se ama. Todos duelan distinto, cada uno a su modo, pero coinciden en algo: creen que hablar de suicidio y trabajar en la prevención y la posvención, es urgente.

“Gracias a la muerte por regalarme tanta vida”
, escribió Julia Camilletti en sus historias de Instagram un domingo junto a un emoji de corazón con curita. Volvía de Buenos Aires a Arroyo Seco, su ciudad de origen. Viajó para encontrarse con algunas personas que fueron claves en su proceso de sanación y con las cuales jamás imaginó estar en contacto antes de agosto de 2022, cuando su papá -Adrián, de 61 años– se suicidó. Desde entonces es, además de estudiante de psicología y terapeuta holística, "sobreviviente". Así se nombra a las personas que perdieron a un familiar por suicidio porque según la Organización Mundial de la Salud (OMS) cada vez que alguien se quita la vida, tiene un impacto sobre, al menos, otras seis personas: madres y padres, hijos e hijas, hermanos, parejas, abuelos y amigos.

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Al principio, Julia pasó por distintas emociones. Lo primero que sintió fue “disociación” porque de inmediato, tras el llamado y en medio de la sorpresa, tuvo que empezar a decidir cosas. “Algunas personas además llegan a la escena y tienen que ver el cuerpo de su ser querido, con todo lo traumático que significa eso”, señaló y como si fuera poco, ese familiar en medio de la angustia y la incertidumbre debe responder al cuestionario protocolar que hace la Policía.

En ese momento “hay mucha incógnita, aparecen preguntas de las que nunca vamos a conocer sus respuestas”, dijo y agregó: “Yo necesitaba construir una narrativa, armar el relato de lo que pasó”. A esa siguiente etapa la nombró “reconstrucción”, porque apareció el impulso casi necesario de saber cómo fueron las últimas horas de su papá, con quién habló. "¿Habrá algo en sus redes sociales? ¿dejó alguna carta?", son las preguntas que surgen. 

Con el correr de los meses, más emociones. El duelo por suicidio no es igual a los otros duelos. Este es incómodo, denso, complicado. El enojo, la culpa, la mirada de la gente y el estrés postraumático van y vienen, aumentan y disminuyen sin cuidado. “Me quedé sin energías”, recordó Julia, quien también mencionó que al día siguiente, prendió su celular y tenía más de 100 mensajes pero no había en ella fuerzas ni palabras para responder.

Decidió escucharse. Achicó su círculo íntimo porque no estaba dispuesta a pasar por miradas que juzguen, ni a dar explicaciones. Tomó distancia de su trabajo y un día, buscando en Instagram, encontró a Empesares, una organización sin fines de lucro que trabaja en la prevención posvención, es decir, en acciones e intervenciones con personas o instituciones vinculadas a quien se suicidó.

Un espacio que creó Jess Browne luego de que Nachi, su hijo de 28 años, se quitara la vida. Ella estaba en EEUU, él en Buenos Aires. Veló a su hijo por medio de una pantalla de celular, era pandemia y los separaban miles de kilómetros. Con la autorización que dejó Nachi por escrito, compartió las cartas que había escrito mucho antes de matarse y usó el blog como terapia. Cuando vio que cientos de personas le escribían a ella por estar tranitando la misma angustia, armó un grupo de profesionales que trabaja de forma gratuita en la escucha.

"Estamos logrando abrir una conversación que nadie quiere tener: suicidio, salud mental, duelo", se lee en la web y vaya que resultó: hoy, sobrevivientes de todos lados están en lista de espera para ingresar a los espacios terapéuticos de la asociación.

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Julia les dejó un mensaje “porque sentía que ahí, con otras personas que estaban viviendo lo mismo, iba a poder hablar”. Vomitar tanto sentir. Un tiempo después se encontró por Zoom con mujeres que como ella, habían perdido a sus papás. "No es casual que casi todas –menos una de las participantes– estuvieran ahí porque sus padres, hombres de 60 años en adelante, se habían quitado la vida. Hay algo ahí del peso de la sociedad patriarcal, del machismo", señalaron y los estudios sobre el tema coinciden con ella porque en la Argentina, por cada suicidio consumado de una mujer, hay tres de un varón.

Esos encuentros virtuales se transformaron en un grupo de WhatsApp y un día, finalmente, se encontraron todas en Rosario. Se abrazaron y disfrutaron. Hoy, el vínculo entre ellas mutó porque cada una transita la pérdida de manera distinta, porque a veces es mejor soltar, tomar distancia y mirar desde otra perspectiva la historia que atraviesa, sin embargo, todos saben que están ahí, para la otra. Julia habla ahora de resignación frente a la muerte, de perdón y agradecimiento porque de esa tragedia impensada, empezó a ver la vida con otros ojos.

"¿Por qué estamos aquí y no allí? ¿Por qué yo soy yo? ¿Por qué no soy un pez de colores en el acuario de un restaurante de las afueras de Des Moines?", escribió Mark Strand en Sobre la nada y otros escritos y eso mismo le preguntó un conocido a Paula Rodríguez a los pocos días de haber enterrado a su mamá: ¿Por qué? “Por qué, como si existiera un motivo para que alguien se suicide”, recordó.

Es otra superviviente. Estaba en la oficina cuando recibió el llamado. Dejó lo que había empezado, se subió al auto y manejó 19 km con el corazón acelerado y aturdida por el peso de lo que pasaba por su cabeza. No sabía lo que había ocurrido exactamente, pero lo presentía porque su mamá llevaba años con problemas de salud mental, tratamientos y también internaciones. Cuando llegó vio una ambulancia y el móvil policial. “Me pregunté si ese día había sido un intento más que se le fue de las manos”, indicó.

Sobre el duelo, Paula coincidió con Julia. Fue duro y tuvo etapas. Al principio, su cuerpo y su mente vivían en tiempos opuestos, uno estaba anclado al presente, otro al pasado: “A veces estaba cocinando y me olvidaba, me ponía a pensar en conversaciones viejas que había tenido con ella”, contó y envuelta en lágrimas, agregó: “Pensaba, che pero… ¿alguna vez fue feliz de verdad?”.

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Por la mirada ajena, la falta de empatía y la crueldad en algunos discursos, decidió cerrar su círculo y quedarse cerca de quienes escuchaban sin juzgar, sin hacer más grande la culpa que se instala sin pedir permiso después de cada muerte provocada. “Yo tenía que seguir con la vida como si no me hubiera estallado una bomba en la cara y sentía que había quienes no lo entendían”, dijo.

Paula hizo terapia antes y después y ese espacio se volvió vital para canalizar las emociones del duelo. Por eso considera importante hablar de salud mental, contar cómo es estar ahí, al lado de quien sufre. Acompañar sus crisis y sus calmas. Amar en medio del caos. En su relato da cuenta que ser hija de su mamá no fue fácil y ser madre con la angustia profunda que sentía Ema, tampoco. “Yo entendí que le dolía la vida”, dijo con los ojos brillosos y cerró: “Hoy elijo recordarla en los momentos que estuvo bien, que pudo ser ella”.

"La angustia ha venido

A penas un sabor,

el dolor ya no cabe,

la tristeza no alcanza"...

(Desnudez total, Idea Vilariño)


En 2023 Camila Viliguer sintió un derrumbe interior y desde entonces un pedacito de ella quedará roto para siempre. "No estoy entera", señaló y agregó: "Nadie te prepara para ese momento". Paula, su hermana de 34 años, se suicidó. Ese día, en medio de una erupción de emociones, se enfrentó a la Policía de Rosario. "Fue muy fuerte porque al ser una muerte violenta hay una causa judicial que se inicia. Se investiga como un posible asesinato y no todos están preparados para tratar con familiares de una persona que se acaba de quitar la vida. Enseguida te cierran el acceso al departamento y te hacen un cuestionamiento muy incómodo", contó.

Logró entrar igual al último sitio que había habitado su hermana. Revisar todo. Leer a las apuradas la carta que dejó Paula dirigida a su familia, sacar una foto –pudo recuperar el escrito tiempo después tras golpear muchas puertas judiciales– y llevarse el celular de quien definió su “primera amiga, mi compañera de vida”.

Con el correr de los días llegaron las preguntas. ¿Tendría que haberle mandando un mensaje?, ¿por qué no pasé por su casa?, ¿pude haber hecho más de lo que hice? Y la lista sigue. “La culpa te revienta” , señaló Camila y agregó: “El vació y el dolor son enormes. Se te resetea la vida”.

Sobre los días siguientes Camila dijo que había personas que intentaban decirle a ella y su familia cómo duelar, otros que se acercaban por “el morbo y para conocer cómo lo había hecho” y por ese motivo, dejó en el camino a quienes no supieron acompañar. "Mi batería social era nula. Estaba en shock. Llamaba a su celular a ver si me atendía y lo tenía yo en mi departamento. O veía gente parecida en la calle y pensaba que era ella y que no se había suicidado", recordó.

En ese proceso, Camila también encontró a Empesares y a pesar de estar haciendo terapia por su cuenta, pidió unirse al grupo de hermanos porque sentía la demanda social de “ahora tenés que cuidar a tus padres, pero ¿quién cuida de mí?”. Allí encontró un puñado de mujeres que estaban pasando por el mismo dolor. “Lo que hacen es extraordinario”, indicó.

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A más de dos años del día en que la vida le cambió por completo, Camila, que siempre compartió la lucha feminista con Paula, está al frente de una nueva pelea: concientizar en salud mental. “Lo hago por ella” , dijo tras contar que Paula fue diagnosticada a los 14 años con trastorno límite de la personalidad y depresión, que recibió todos los tratamientos existentes y llegó incluso a estar acompañada las 24 horas.

“Socialmente todavía se juzga el ir al psiquiatra, incluso podes tomar medicación por cualquier otro motivo y no pasa nada, pero si es por un tema de salud mental, te tildan de loca”, soltó y agregó: “Pude entender que a mi hermana le costaba la vida. Que respirar le dolía”. Además, en una reflexión que escribió la rosarina y que fue compartida por Empesares en Instagram, se lee: "Hablen de lo que sienten. Busquen ayuda. No quiero ver a nadie más duelando un hermano, enojado con la vida y culpándose".

Si necesitás ayuda o conoces a alguien que la necesita, podés acercarte a cualquiera de los centros de salud, hospitales o efectores médicos de tu ciudad o comunicarte telefónicamente y de manera gratuita al número 107 o al 0800 345 1435 donde el llamado es personal, confidencial y anónimo.