Las visitas de Ozzy a nuestro país no fueron simples conciertos, fueron verdaderas misas negras del rock donde la energía, la emoción y la locura compartida con el público escribieron capítulos imborrables en la historia del espectáculo nacional.
Desde su primer desembarco con Black Sabbath hasta sus explosivas visitas como solista, Ozzy supo convertir cada noche en Argentina en un rito salvaje de catarsis colectiva. En cada show, con esa mezcla de magnetismo, fragilidad y furia demostraba por qué era el “Príncipe de las Tinieblas”, pero también, para el público argentino, algo mucho más íntimo: un viejo amigo de almas desquiciadas por el rock.
Fue histórico el Monsters of Rock de 1995, donde Ozzy enfrentó la tormenta como si fuera parte del escenario. O su regreso en 2011 en GEBA, donde, a sus 62 años, mostró una vitalidad y entrega que desafiaban al tiempo y al mito. Entre anécdotas de murciélagos, risas nerviosas y abrazos al caos, lo que queda es la entrega: la suya y la del público argentino, que siempre le respondió con una devoción casi religiosa.
Ozzy encontró en el público local una comunión que no todos los artistas internacionales logran alcanzar. No hablaba nuestro idioma, pero no hacía falta. Su cuerpo, su voz y su entrega desplegaban la lengua universal del rock.
Quienes estuvieron en esos shows se refieren a él con emoción, como quien recuerda un sueño. Y quienes no pudimos estar ahí por edad, por distancia, también lo sentimos como propio. Porque Ozzy fue parte del paisaje sonoro de una generación, parte del imaginario colectivo que creció escuchando riffs afilados, viendo videoclips, o leyendo su nombre escrito en paredes.

Su última misa
Apenas dos semanas atrás, sin que el mundo lo supiera, Ozzy se despidió del escenario en un show íntimo, histórico y emotivo en Birmingham. Reunió a los grandes nombres del heavy metal incluidos sus viejos compañeros ya comprometidos hace años con otros proyectos. para un concierto que no necesitó decir que era el último. Los abrazos, las lágrimas, el silencio final antes del último acorde de War Pigs, hablaron por sí solos.
Fue el cierre perfecto para una vida escénica que quemó todas las reglas. Desde 2020, batallaba contra el Parkinson, una enfermedad que lo alejó de los escenarios pero nunca le quitó el fuego. “Sigo siendo Ozzy, aunque a veces no me reconozca en el espejo”, dijo en una de sus últimas entrevistas. Y era cierto. Seguía siendo él, incluso en su vulnerabilidad. Quizás más que nunca.
Hoy, el mundo del rock llora. Pero también celebra. Porque Ozzy no fue solo una estrella. Fue un faro para los que eligen vivir al límite, para los que encuentran belleza en la oscuridad, para los que no se rinden.
Y en Argentina, dejó mucho más que música. Fue una historia de amor: desprolija, salvaje, ruidosa y real.
El heavy metal está de luto. Pero también agradecido. Porque Ozzy Osbourne no fue solo un músico. Fue un género entero. Y su voz seguirá sonando cada vez que alguien levante los cuernos al cielo y grite: Long live Ozzy!!!