El juicio por la oscura ejecución de una mujer en un rincón del oeste rosarino comenzó esta semana con una acusada en el banquillo: la Fiscalía señala que fue quien entregó a la víctima.
María Cristina “Kity” Carabajal, de 30 años, fue asesinada de un disparo en la cabeza a las 20.10 del 6 de diciembre de 2021, frente a sus hermanas, en el pasaje 1709 al 7800 (a la altura de 27 de Febrero, detrás del complejo penitenciario), donde vivía junto a su madre y una hermana desde hacía seis meses.
Testimonios indicaron que el homicida la esperó y le disparó a sangre fría al verla salir, para luego huir en un vehículo que lo aguardaba. Nunca se supo quién fue el sicario, ni fue reconocido por los testigos.
En cambio, una mujer llamada Rocío Soledad Castro fue vinculada al crimen como partícipe necesaria. Para la Fiscalía, no hay dudas de que fue quien entregó a Carabajal, tendiéndole una trampa con la excusa de revivir una vieja amistad que nunca existió.
Este miércoles, en la apertura del juicio, el fiscal Lisandro Artacho solicitó 20 años de prisión para Castro, quien fue arrestada en Mar del Plata en junio de 2022.
La incógnita del caso sigue siendo el móvil. Podría estar vinculado al pasado de María, donde aparecen personajes relacionados con el narcomenudeo, como su ex pareja, Facundo Ariel “Jirafa” Pérez, detenido desde julio de 2023 como integrante de la banda del narcotraficante Julio Andrés “Peruano” Rodríguez Granthon.
María había tenido una relación conflictiva con Pérez y lo había denunciado por violencia de género, lo que llevó a que él pasara un tiempo detenido.
Pero en la causa también sobrevuelan otras figuras delictivas, como la del narco Claudio “Morocho” Mansilla, quien por esos días estaba prófugo tras fugarse a los tiros de la cárcel de Piñero, en junio de 2021.
Según testigos, María conocía a Mansilla a través de Brenda “La Cote” Pared, cuñada del Morocho y vinculada al narcomenudeo. Ambas mujeres se habían conocido en la Alcaidía de Mujeres.
Sin embargo, todos esos elementos que apuntan a un trasfondo narco no se tradujeron en pruebas concretas sobre un móvil o un instigador del crimen. La investigación solo arrojó certezas sobre el rol instrumental de Rocío Castro en la muerte de María.
La acusación sostiene que al mediodía de aquel 6 de diciembre, Rocío se comunicó con María con la excusa de tomar unos mates. El mensaje llegó desde un número no agendado. El encuentro se concretó en el pasaje 1709 y no duró más de 20 minutos.
“Ellas eran conocidas, no tan amigas, hacía un año que no se veían, y de la nada Rocío le escribe. Le dijo que tenía ganas de visitarla porque hacía mucho que no se veían”, declaró una hermana de María.
Esa tarde, Rocío continuó comunicándose con María desde las 15.56 y coordinaron para ir, alrededor de las 19, a hacer un picnic en La Florida.

Llamativamente, a las 17, mientras María dormía la siesta, un joven cuya identidad se desconoce se presentó en el domicilio buscando a María, pero no la encontró. “Le pregunté «de parte de quién, y qué necesitás?» y él me dijo que tenía que decirle algo. Le repito lo que le dije antes y me vuelve a decir lo mismo. Cerré la ventana por donde lo estaba atendiendo. Cuando quise salir a buscarlo, el chico ya no estaba. Me parece que esta persona es la misma que le disparó unas horas después”, declararía luego una allegada de la víctima.
A las 19.55, Castro le envió a María los siguientes mensajes: “Yendo (emoji de auto)”. A las 20 la llamó por teléfono. A las 20.05, María le respondió “ahí salimos”, a lo que Castro contestó: “Sí, sí, espérame afuera”, “Ya llego”.
María salió del pasillo de su casa con intenciones de ir a La Florida. En lugar de encontrarse con Castro, fue interceptada por un hombre armado que, sin mediar palabra, le disparó en el cráneo con un arma calibre 9 mm. La víctima murió en el acto, producto de destrucción cráneo-encefálica, y el asesino huyó en un vehículo.
“Castro no fue una testigo inocente de estos hechos, sino que actuó como partícipe necesaria, aportando información, tiempo y presencia para garantizar que la víctima estuviera expuesta en el momento justo. Su aporte fue indispensable: sin su rol de señuelo, el crimen no habría ocurrido en esas condiciones”, sostuvo el fiscal Artacho.
La Fiscalía remarcó que Castro nunca llegó al encuentro. No volvió a comunicarse con María, no la llamó, no se presentó en la vivienda, ni contactó a su familia ni a las amigas que tenían en común. Además, ese mismo día dejó de usar la línea telefónica con la que se había comunicado con la víctima.