En Franja de Gaza ya no hay margen para los eufemismos. Lo que ocurre ahí con la población palestina no es “crisis humanitaria”, ni “daño colateral”, ni siquiera “exceso de fuerza”. La pregunta es si el mundo se encuentra ante un nuevo acto de genocidio. Y la respuesta es incómoda para quienes aún se aferran a la retórica de la moderación.
El Derecho internacional en la Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio de 1948 -el primer tratado de derechos humanos adoptado por Naciones Unidas- lo define como “la destrucción total o parcial de un grupo nacional, étnico o religioso”. Y eso incluye imponer condiciones de vida destinadas a provocar su destrucción física.
En la Franja de Gaza, esas condiciones están a la vista. Más de 59 mil palestinos muertos en menos de dos años. Más de mil personas baleadas mientras buscaban comida en los puntos de ayuda. Ochenta y dos niños muertos de desnutrición y más de 70 mil que han entrado en estado de “desnutrición clínica” de acuerdo con datos de Médicos Sin Fronteras. Se espera que estos números aumenten si continúan estas circunstancias.
No es solo la magnitud: es el método. El hambre se volvió una táctica de guerra. El propio ministro de Economía israelí, Bezalel Smotrich, dijo que “puede ser justo y moral matar de hambre y sed” a los 2 millones de habitantes de Gaza para forzar la liberación de rehenes.
A esto se suma que la ayuda humanitaria quedó atrapada en un sistema diseñado para humillar: convoyes que avanzan a cuentagotas y camiones bloqueados en las fronteras. Además, una fundación privada creada en Delaware -la Gaza Humanitarian Foundation- que es manejada por Israel y Estados Unidos. Ésta reemplazó a la ONU y otros organismos internacionales y reparte alimentos bajo la mira de rifles.
Las bolsas de harina llegan manchadas de sangre. Antes eran 400 puntos de entrega de suministros en todo el enclave. Desde fines de mayo -cuando la fundación entró en funciones- son cuatro.
Israel insiste en que no hay genocidio, que la responsabilidad es de Hamás. Culpa a la organización islamista de “provocar hambre deliberadamente”. Pero la narrativa se resquebraja cuando las propias declaraciones de sus funcionarios exponen una estrategia calculada para hacer inhabitable Gaza: bloquear la comida, aislar el agua, bombardear las rutas de ayuda y, al mismo tiempo, hablar de una “Riviera” futura, de proyectos turísticos sobre ruinas, de “oportunidades únicas” para reconstruir al enclave “desde cero”.
Y como si la devastación no bastara, en los pasillos del poder israelí circula la idea explícita de vaciar Gaza. Documentos filtrados revelan planes para “relocalizar” a parte de la población palestina en terceros países. Hay medios que han publicado que funcionarios del Mossad han sondeado a gobiernos de Etiopía, Libia e Indonesia para que acepten recibir a los gazatíes. Esto no tiene otro nombre más que “éxodo forzado”.
Mientras tanto, el repudio internacional se multiplica. Hace unos meses Sudáfrica llevó el caso ante la Corte Internacional de Justicia, que ya dictó medidas cautelares porque consideró plausible la acusación de genocidio. El fiscal de la Corte Penal Internacional -Karim Ahmad Khan- pidió órdenes de arresto contra Netanyahu y el ex ministro de Defensa Gallant, apuntando a una “campaña intencional de hambre masiva”. Esta semana, Lula da Silva anunció que Brasil se sumará a la acusación, abriendo un nuevo frente diplomático.
La imagen de Israel en el mundo se está agrietando. Lo que antes eran respaldos automáticos de viejos aliados ahora son llamados -más o menos fuertes- de atención. En estos últimos días 24 países, desde Japón hasta Francia, Italia y Reino Unido, firmaron una declaración que condena “la distribución de ayuda a cuentagotas y el asesinato inhumano de civiles que buscan comida”.
El presidente Macron también anunció que Francia reconocerá al Estado palestino en septiembre. Un paso que Israel tilda de “recompensa al terror”, pero que en realidad es una señal de que el aislamiento diplomático empieza a consumarse.
Hoy más de 140 países reconocen a Palestina como Estado libre e independiente. Entre ellos, Argentina, que lo hizo en 2010. No es solo una declaración protocolar: es el resultado de décadas de reclamos y de una convicción compartida de que la solución de dos Estados sigue siendo el único camino posible para salir del círculo de violencia.
Gaza ya no es solo una tragedia: es una pregunta abierta al mundo. Cada día que pasa la evidencia que se podría estar cometiendo un genocidio se vuelve más difícil de esquivar. Podrán los juristas debatir definiciones, podrán los diplomáticos buscar atajos lingüísticos, pero la realidad no admite maquillaje.
Le tocará al Derecho internacional escribir la sentencia, pero la historia ya dictó el veredicto: Israel es el único que puede y debe frenar esta masacre.