Leí el texto una y otra vez de niño. Fue uno de los puentes más fuertes con mi viejo, muy curioso de la vida futura, la ciencia ficción y, siempre entre líneas, de las noblezas de la lealtad y los árboles fuertes. Una edición encuadernada de todos los capítulos que entre 1957 y 1959 la revista Hora Cero había distribuido entre sus lectores. La cultura comic en Argentina fue también otras de las maneras de amar la literatura y sus historias. El Eternauta estuvo allí clavado en nuestra biblioteca. Los sábados nublados, los domingos apáticos, los días interminables y aburridos, encontraban en sus viñetas siempre una línea y un dibujo que pateaba la modorra de la pereza y la mediocridad.  

En una otra semana imperfecta se nos metió un resistente virus de argentinidad. Tal vez haya otra historia detrás de la linealidad de los hechos (casi siempre las hay), pero el estreno de la serie El Eternauta y las fuertes expresiones del presidente sobre el insuficiente odio a los periodistas, se entrelazan alrededor de lo que somos. Oportuna e incómodamente.

La serie que protagoniza Darín se escribió, dibujó y editó a finales de los 50 (hace 70 años). Entre tumultos, dictaduras, proscripciones y persecuciones políticas, el texto de Héctor Oesterheld, frente a la llegada de un poderoso enemigo, se centraba en cuatro puntos: la resistencia colectiva, el heroísmo del hombre común, la manipulación y la opresión y finalmente el tiempo y la memoria (la historieta tiene dos partes).

En los seis capítulos que adaptó Bruno Stagnaro (el inicio de la obra de Oesterheld), el orejeo de las cartas del guión apenas se introduce sobre esto. Pero los guiños sobre esa argentinidad, la historia, la identidad, lo que define a una comunidad, se describe con la metáfora invasora de seres de otros mundos. 

En su realización hay guiños. Muchos. En la serie aparecen desde el arranque marcas comerciales argentinas, Blem, Sillas Argentinas, Lysoform, una famosa empresa de electrodomésticos, entidades bancarias, o incluso raro un cartel de los Palmeras o Messi. Según confesaron sus directores comerciales, muchas de ellas no pagaron para aparecer. La idea de la argentinidad también en sus consumos.

Las imágenes fueron musicalizadas por una banda original junto a canciones de Manal y el Reloj (memorables temas de rock argentino de los 70), Mercedes Sosa, algún tango. Su realización apela a la identidad; a la historia, al barrio, a orgullosos exponer en cada centímetro del relato que somos eso donde están las raíces

Será una oportuna excusa para un intenso (ojalá) debate político, porque el texto de Oesterheld así lo fue. El Eternauta siempre fue leída como una declamación, con mucha imaginación y talento, de tiempos vividos que como un loop regresan una y otra vez. Y será oportuno y apasionante escucharlos, darlos y sacar del pozo del avestruz la cabeza para una vez más saber de qué se trata.

El Eternauta, la mítica historieta argentina nacida en 1957, no narra una invasión extraterrestre más: describe cómo se organiza y sobrevive una comunidad, cómo el héroe es el conjunto de vecinos. A través de la nevada mortal, los monstruos mecánicos y las razas alienígenas que invaden la Tierra, se dibuja la metáfora de ese poder invisible que manipula desde las sombras.

En el texto original (en los primeros seis capítulos de la serie no se ven) Juan Salvo se convierte en el eternauta, un viajero del tiempo que carga con la nostalgia de lo perdido y la esperanza de reencontrar a su familia. Cada salto temporal es también un eco de nuestra historia.

Oesterheld lo escribió cuando era posible soñar con un futuro mejor. Años después, sería desaparecido junto a sus cuatro hijas (dos de ellas embarazadas) por la dictadura. Pero su Eternauta sigue viajando, buscando justicia, memoria y un poco de humanidad en medio del caos. En su texto se habla de eso, también arrebatado por muchos que en esa resistencia afanaron de lo lindo para sus bolsillos. 

El Eternauta no narra una invasión extraterrestre más: describe cómo se organiza y sobrevive una comunidad

“La brújula anda bien lo que se rompió es el mundo”, dice el hermoso personaje del Tano Favalli. Es increíble como muchos seguidores de esta serie no ven cortocircuitos con esto. Robar dinero de las arcas públicas, disponer discrecionalmente de esos fondos para su propio bienestar y palacios, no es delito, ni siquiera una falta ética. Sobre esa lógica, tan criolla como ese truco jugado en el inicio de la serie en el sótano de Beccar, abrevan quienes descreen del heroísmo en la pelea por un mundo mejor. ¿Quiénes somos de verdad? Tal vez un viaje interminable por un espacio en la historia que este u otro Eternauta quisiera narrar.