La política suele ser un oficio seco, técnico, árido. Está hecha de planillas, de presupuestos, de pactos, de urgencias. Pero hay momentos —pocos, casi invisibles— en los que ese engranaje de voluntades humanas se detiene, gira el rostro, y mira hacia lo invisible. Eso es lo que ocurre hoy en Santa Fe, donde el gobernador Maximiliano Pullaro sostiene que, además de trabajar día y noche, necesita orar. Y qué sin la ayuda de Dios, sin la oración de otros, sin los milagros, muchas cosas no serían posibles.

El viernes pasado el mandatario volvió a manifestar sus inquietudes y creencias cuando en una reunión con un nutrido grupo de pastores evangélicos y cristianos les pidió que no detengan la evangelización que realizan en barrios y cárceles. “No todos conocen a Jesús y no todos conocen a Dios. Hay que evangelizar mucho y llevar la palabra de Dios a toda la gente. En Rosario estamos viviendo una etapa distinta y si llega la palabra de Jesús y llega la palabra de Dios vamos a estar mejor porque yo he visto transformaciones de muchas personas”, explica el gobernador.

Una escena de las tantas del fin de semana. En una reunión en un templo evangélico más de mil personas escuchan la palabra del Pastor. Una multitud celebra las oraciones y acompaña con aplausos y cánticos el ritual ofrecido. Hasta que en un momento el pastor pregunta cuántos de los presentes estuvo en la cárcel alguna vez. Allí estruendoso y sorpresivo momento: más de la mitad de los presentes levanta la mano. Ellos habían encontrado en ese templo el antídoto para no volver a delinquir.

“Son personas que encontraron a Dios en la cárcel y que hoy tienen una familia constituida y que trabajan y que se esfuerzan y están felices y están en paz”, dice Pullaro, en una entrevista exclusiva a Rosario3 y Radio 2. “He estado con gente que me tocó meter presa cuando fui ministro de Seguridad y los he visto en la iglesia y me han venido a saludar y se han presentado con emoción presentando a su familia. Vos los ves y es conmovedor ver cómo les brillan los ojos. Se iluminan de verdad”, agrega.

“Dios quien te pone y te saca de estos lugares”, dice con una convicción que no parece ensayada. Para él, la gestión no se reduce al esfuerzo ni a la planificación: hay algo más. Hay un factor inasible que, dice, se manifiesta en momentos precisos. En tragedias que no suceden. En balas que no salen. En sicarios que se entregan ante pastores. En esos instantes donde la lógica se retira y queda solo la fe. ¿Milagros en Santa Fe? Eso creen el gobernador y los pastores.

Maximiliano Pullaro no siempre habló así. Pero algo cambió. El reconoce un momento crítico de la gestión de su ministerio de Seguridad (en el gobierno de Miguel Lifschitz). Allí debió mirar de frente el abismo: una niña de cinco años asesinada en un barrio narco por una bala que no era para ella. “Eso me quebró”, admite. “Sentía que la responsabilidad era mía”. Fue entonces que buscó ayuda. No un funcionario, no un asesor. Alguien que le ofreciera otro lenguaje: el Padre Ignacio.

“No puedo explicar lo que sentí. Me abrazó, me tocó, y me despertó”, recuerda aún hoy con emoción. A partir de ahí, Pullaro empezó a construir otro modo de sostenerse. Uno que, según él, también explica muchos de los buenos resultados que hoy su gobierno muestra.

La crónica del mandatario sobre estos milagros tiene un tono sobrio. No hay euforia en su relato. Más bien, hay una forma humilde de contar lo inexplicable.

Hay tres momentos que no se explican si no es con la fe, según el gobernador: un arma se traba en un intento de atentado en un bar de calle Rondeau. No hay heridos. “Eso para mí fue un milagro”, dice el gobernador.

Otro momento fue tras una serie de crímenes que paralizaron Rosario en marzo de 2024, Pullaro pide a un pastor que ore por la ciudad. “Sentía que eso era importante”. Nueve meses después, el sicario que ejecutó a un colectivero se entrega de la mano del mismo pastor al que el gobernador había pedido oración.

El tercer milagro, compartido con los pastores, es el episodio del avión estrellado en la empresa Air Liquide en agosto de 2024 por un piloto que quiso cuan kamikaze hacer un daño enorme a sus ex empleadores. Si bien iba directo a los tanques de hidrógeno, pega en una columna y explota antes. “De haber cumplido su objetivo hubiera generado muchas muertes. Pudo haber sido una tragedia, pero no lo fue”.

Hay en estas escenas algo que escapa a la estadística. Algo que se parece, sí, a un milagro. Y que Pullaro, sin temor al escepticismo ajeno, reconoce como tal.

En la reunión del viernes pasado once pastores evangélicos se reunieron con él. Walter Ghione, José Luis Urso, Pablo Silvestri, Oscar y David Sensini, Aldo Martín, Hugo de Francesco (todos de Rosario) junto a Sergio Alfaro (Casilda), Eduardo Cerrutti (Cañada de Gómez), Eduardo Rosales (V. G. G.) Patricio Caporale (Arroyo Seco), Alberto Calabressi (Capitán Bermúdez) y Andrés Díaz (Santa Fe capital).

No fue un encuentro ceremonial ni casual. Fue una conversación larga, sincera, espiritual. “Una hora y media viendo cómo podemos estar llevando solución a la problemática que tiene la gente en los barrios”, cuenta Aldo Martín.

Alan Monzón

Lo que sorprendió a todos no fue solo la apertura del gobernador a hablar de fe. Fue, según expresaron, su humildad. En un mundo donde el poder suele endurecer, Pullaro parece haber tomado otro camino. “Le está yendo bien en todos los frentes, pero igual nos escucha”, dice el pastor Pablo Silvestri. “Y nos pide ideas. No es común”.

Para ellos, no hay dudas: lo que ocurre en Santa Fe es también un fenómeno espiritual. “La baja en los homicidios no es solo por la acción del Estado”, asegura Martín. “Hay una intervención de Dios. El gobernador pidió sabiduría y la recibió. Nosotros hacemos una lectura espiritual de esta etapa”.

La relación no es unilateral. Pullaro también cree que sin esa mirada no podría gobernar. “A mí estar cerca de Dios me da mucha paz, mucha paz, mucha paz”, repite. “Y vos no podés estar en un lugar de decisiones si tenés odio, rencor. Yo perdono, de verdad. Porque soy cristiano”.

Entre los pastores hay muchos que caminan los barrios desde hace décadas. Oscar y David Sensini, pastores llevan más de 35 años entrando a las cárceles para acompañar a los presos en procesos de transformación espiritual. Hoy, dice, muchos de esos hombres tienen familia, trabajo, y ya no delinquen. “Lo hicimos sin decir nada, con muchas críticas. Pero ahora nos convocan. Eso nos llena el alma”.

Walter Ghione, también diputado y consejero de Pullaro, resume así el giro que observa: “Nunca un gobernador nos había recibido con esta apertura hacia la fe. Y él no solo cree. Está convencido de que Dios ayuda en las decisiones”.

A ellos, la historia de la ejecución de un colectivero en marzo de 2024 les resulta clara: la madre del asesino escuchó la palabra de Dios, habló con los pastores, y convenció a su hijo de entregarse. “Eso no es suerte. Eso es intervención divina”, afirma José Luis Urso, otro de los pastores presentes.

Para estos líderes, Pullaro ha entendido que la gestión se hace con equipos, con planes, pero también con una tercera pata: la fe. Y esa fe, aseguran, es la que también está dando frutos.

No todos creen, lo sabe. Y no lo impone. “No todos conocen a Jesús”, dice Pullaro. Pero agrega algo: “He visto transformaciones impresionantes. Gente que estuvo presa y que hoy tiene una familia, un trabajo. Y les brillan los ojos. Se iluminan de verdad”.

Hay un andar en sus palabras que se asemejan a esos lideres espirituales. Le preguntó al gobernador si ha pensado en ser pastor. No para provocar una respuesta que se multiplique sino por la propia dinámica de la charla. Un hombre que carga sobre sus espaldas las estadísticas criminales y que les pide a las religiones que no dejen de caminar esos mismos barrios donde se cometen esos asesinatos.

“No”, responde con honestidad. “No tengo los conocimientos ni las condiciones para predicar. Pero sí tengo una relación muy cercana con algunos pastores, como Walter Ghione. Me ayudan a entender muchas cosas. 

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El diputado y pastor Ghione cree que Pullaro está muy convencido del trabajo que se hace en las iglesias, de pacificación, de ayuda, de contención en los barrios. “Hay un mundo espiritual que existe, que no lo podemos negar, y hay algo que está sucediendo. Estamos totalmente convencidos de eso”, dice prudente el pastor. “Con respecto a los milagros algo pasó, algo sucedió, y cuando la cabeza de una provincia tiene esa fe y cree realmente que Dios ha hecho algo y puede seguir haciéndolo, creo que es un plus, pero muy importante”, agrega.

Mientras tanto, por primera vez desde el retorno de la democracia, un mandatario político se asume públicamente como un hombre de fe. Alguna vez lo hemos visto en un ring como parte de su entrenamiento deportivo. Un hombre dispuesto a recibir, pero también lanzar golpes en una competencia de box. Hoy Pullaro se siente más cercano a entregar, según dice, siempre su otra mejilla. “Yo pido todos los días que Dios me dé humildad”, confiesa. “Porque cuando uno tiene poder, puede perderse. Pero si estás cerca de Dios, eso no te pasa”.

Para los agnósticos del equipo hay una dosis de suspenso en la lógica de la fe que los interpela ¿y si la religión —más allá de su poder de consuelo y transformación— termina siendo una forma de delegar en lo divino la parte más difícil de gobernar? ¿Y si, ante la impotencia de lo humano, lo espiritual aparece como el último refugio, pero también como una excusa para no enfrentar del todo lo real? No hay respuestas cerradas. Solo la certeza de que, en esta “Santa Fe”, los milagros y las decisiones caminan juntos, aunque no siempre en la misma dirección.

“A mí me han dicho de todo y yo pongo todo el tiempo la otra mejilla. No tengo problema de sentarme mañana contra la persona que me ha dicho lo peor que se le ha ocurrido. No tengo ningún inconveniente y no lo hago mirando para atrás. Tengo la capacidad de trazar una línea y mirar para adelante y de perdonar porque soy cristiano. Me olvido de lo que me hiciste. Perdono y perdono. Tengo la capacidad de perdonar”.

La crónica de Santa Fe hoy no solo se escribe con cifras ni decretos. Y puede ser polémico. Hay, para Pullaro, que incluir también otras oraciones. Las manos que rezan. Los silencios que acompañan. Y la fe —personal, profunda, íntima— de un gobernador que, en medio del vértigo político, se detiene cada tanto, cierra los ojos, y pide: sabiduría, humildad, paz. Tal vez, como dicen los pastores, eso sea el verdadero milagro.